lunes, 15 de noviembre de 2010

El clítoris y otros misterios (III): mitos y falacias

Siguiendo con los enigmas que nos deparan los genitales femeninos, quiero tocar, aunque sea de pasada, algunos equívocos muy usuales, empezando por uno de los mitos más perniciosos sobre el tema.
EL ORGASMO VAGINAL.
Freud estableció a principos del siglo XX un patrón evolutivo de la sexualidad femenina. De acuerdo a su hipótesis en las fases juveniles de la mujer el orgasmo era clitoridiano, siendo inmaduro e incompleto, asociado a la masturbación y motivado por el enquistamiento de la envidia peneana que sentían las niñas desde su infancia. A medida que la mujer alcanzaba la madurez ésta debía transferir su orgasmo al interior de la vagina de modo que el placer se alcanzara a través del coíto: así la paciente asumiría plenamente su condición de mujer.
Ni las ideas de Freud ni las de sus sucesores tienen la más mínima validez científica: el orgasmo se localiza en torno al clítoris porque es ahí donde se concentra el mayor volumen de terminaciones nerviosas, no porque la mujer tenga algún tipo de oscuro resentimiento hacia su propio género. Es una simple cuestión física, algo que el buen doctor debería haber sabido si en vez de perder su tiempo elucubrando estupideces hubiera prestado algo más de atención en las clases de anatomía. Por desgracia esta patochada ha gozado durante décadas de un asombroso prestigio, gracias a la sofisticada palabrería de su fundador y como consecuencia varias generaciones de mujeres han visto su sexualidad frustrada por la obsesión de sus terapeutas en exigirlas un imposible anatómico.
Dejemos esto claro: el orgasmo vaginal NO EXISTE. Es posible la estimulación desde el interior de la vagina, pero lo que hacemos es actuar sobre el clítoris de forma indirecta. Si nos ponemos puristas tampoco existe el orgasmo clitoridiano. El clítoris no es una palanquita mágica que provoque descargas de placer al pulsarlo, sólo una zona extremadamente sensible. El orgasmo se genera por una combinación de excitación, tensión y estímulo y en general se desencadena mediante el clítoris, pero donde se produce realmente es en el cerebro. Es posible tener un orgasmo a través de caricias no genitales, por estímulos visuales, a través de un cierto nivel de dolor e incluso sin el más mínimo contacto físico, como demuestran los éxtasis de Santa Teresa.


El planteamiento freudiano tiene una fuerte implicación machista: de creer a Freud lo único que necesita una mujer para realizarse es que le metan un buen cipote y lo meneen un par de minutos adentro y afuera, y si ella no logra gozar de esa forma psicoanalíticamente bendecida no será porque su semental sea torpe, sino porque ella es una frustrada infantiloide y frígida. Y eso nos lleva al segundo mito en torno al coño.
EL PUNTO G
El punto o zona G es el santo grial de la sexualidad: un área en la pared vaginal frontal cuyo estímulo desencadena orgasmos intensos y múltiples. Según Gräfenberg, su descubridor, se trataría de una porción de tejido esponjoso situado más o menos entre las glándulas de Skene y que al ser acariciado se abultaría haciéndose más evidente. Por desgracia no hay pruebas reales de su existencia: ni la observación ginecológica ni las biopsias o los análisis no invasivos (rayos X, resonancias…) han revelado la presencia del área G, que entre otras cosas debería estar claramente señalada por la abundancia de terminaciones nerviosas.
El tema se ha vuelto una cuestión de fe para muchos sexólogos, convencidos de que esa zona no puede localizarse mediante análisis convencionales porque sólo se manifestaría durante la cópula. Sin embargo las resonancias y termografías tomadas sobre parejas follando y corriéndose*, que han ofrecido un montón de información nueva sobre el coito, tampoco han revelado nada. Las pruebas de su existencia son de tipo testimonial, es decir, personas que relatan su propia experiencia y no pasan de tener un valor anecdótico.
La terminología empleada por los defensores del punto G recuerda sospechosamente a los planteamientos freudianos sobre el orgasmo vaginal, así que es posible que estemos ante un prejuicio mal asimilado: el puntito de marras tiene que existir porque a priori sus defensores quieren que exista. De nuevo el sueño masculino: un botoncito del placer situado de forma que basta un enérgico metisaca para dejar a la pareja más que satisfecha. Y si no funciona, culpa de ella por no saber encontrarse el dichoso punto.
Dada la zona en la que supuestamente se localiza la zona de Grafenberg hay una buena probabilidad de que lo que observó el doctor fuera el abultamiento producido por la excitación del clítoris que, no lo olvidemos, es un órgano eréctil. En consecuencia el orgasmo grafenbergiano no sería sino un orgasmo producido por  estimulación inferior del tronco clitoridiano. Las descripciones que indican el modo correcto de activar el punto G coinciden bastante con ese tipo de estímulo. No podemos afirmar con certeza que sea el mismo caso, pero esta explicación no requiere misteriosos órganos invisibles, luego de acuerdo a la navaja de Occam es más verosimil.
Para terminar, hay quien relaciona el punto G con la eyaculación femenina. Volvemos al mismo argumento: la eyaculación puede explicarse sin necesidad del punto G, luego dicha relación, como mínimo, es nebulosa.
OLOR Y FEALDAD
Aquí salimos del mito y entramos directamente en la falacia. Según la leyenda (por desgracia no siempre masculina) el coño es feo y por añadidura su olor es desagradable.
Yo, personalmente, encuentro que el coño es una preciosidad. Me podéis decir que no soy parcial, y que para gustos se hicieron los colores, pero desde un punto de vista objetivo la estética de los genitales femeninos es evidente.
El coño medio** es ERGONÓMICO: está perfectamente integrado en el perfil del cuerpo femenino, sin salientes absurdos, mientras que la picha y los testículos cuelgan de cualquier forma y resultan un estorbo en demasiadas ocasiones. Además, es simétrico, lo que siempre resulta elegante (en flacidez o en erección, la polla  va torcida a un lado) y presenta una ordenación de fuera a dentro con una estructura de tipo floral muy similar a la de las orquídeas.  Como remate, al margen del color de piel de la mujer, al separar los labios menores siempre aparece un atractivo color rosado claro, relajante a la vista y muy apetecible.
Algunas mujeres encuentran desagradable su coño la primera vez que lo ven con detalle. Creo que eso se debe a que dada la posición de la vagina las mujeres no contemplan de forma cotidiana sus genitales, como sí hacemos los hombres. Las primeras veces que lo examinan de cerca les resulta extraño, y si, como suele ser habitual, usan un espejo (no hay demasiadas contorsionistas como las del Circo Chino) lo ven en una imagen externa, no en su propio cuerpo. Por eso puede parecerles un elemento ajeno y si de partida se trata de personas con dificultad para asumir su sexualidad (timidez, complejos…) pueden sentir rechazo. En general no hay más consecuencias que la extrañeza inicial, pero una persona con dificultades para asumir la propia sexualidad (timidez, complejos…) puede sentir un cierto shock e incluso repulsión. Una adecuada educación sexual, entre otras cosas, debe incluir el conocimiento de la propia anatomía, así que esas situaciones, con suerte, serán cada vez más escasas.
En cuanto al mal olor, es una insinuación que me parece indignante e incluso ofensiva. Por supuesto que una mujer con escaso amor por la higiene emanará un olor genital desagradable, pero también lo hará un hombre, y si alguien lo duda le animo a que se ponga cerca de la cara una polla bien sudada, a ver si encuentra algo positivo en la experiencia. Así pues vamos a olvidar los chistes facilones, porque si hablamos de higiene me temo que el género masculino, en general, tiene mucho más de lo que avergonzarse. También hay gente que tiene problemas debido a determinados alimentos que añaden su olor al de la persona, pero estamos hablando de una patología digestiva y no afecta específicamente a los genitales sino a toda la epidermis.
¿A qué huele un coño, entonces? No voy a presumir de una cultura enciclopédica porque los que he conocido en profundidad se cuentan con los dedos de una mano, pero todos tenían el tono aromático de la piel de su poseedora, más concentrado, y una fragancia añadida almizclada, intensa y penetrante, más evidente al aumentar la excitación, no sé si si porque entonces la mujer la emite en mayor volumen o porque al excitarnos somos más sensibles a los olores (probablemente sea una combinación de ambos factores). Por lo que a mí respecta es agradable y estimulante así que, a mis ojos, los que mencionan el mito del olor a pescado no merecen que se les preste oídos y sí una buena patada en los cojones, a ver si se les despejan las fosas nasales.
Para terminar, un consejo: después de un polvo con un buen cunilingus (o un buen cunilingus sin polvo, que también tiene su gracia) hay que procurar lavarse muy bien la cara. Como he dicho es un aroma intenso y penetrante, y aunque no lo notemos puede permanecer en nuestra piel durante mucho tiempo, con el curioso resultado de que al día siguiente no paren de venirnos a la cabeza ideas libidinosas, lo que en según qué situaciones puede ser raro e incluso incómodo.
Y lo digo por experiencia.

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